Una habitación compartida

Artículo publicado en inglés para coachabilityfoundation.org

“Una habitación propia” es sin duda una de las obras claves del feminismo, así como su autora, Virginia Wolf, una de sus referentes.

Se trata de un ensayo publicado el 24 de octubre de 1929 que recoge una serie de conferencias que Woolf realizó el año anterior en el Newnham College y el Girton College, dos universidades femeninas de la Universidad de Cambridge. El manuscrito se llamó primero “Mujeres y Ficción”, un título bastante apropiado si tenemos en cuenta que los ensayos hablan de la presencia de las mujeres en la literatura y que la autora hace este análisis a través, precisamente, de una ficción.

El libro subyace una pregunta: puede una mujer dedicarse a escribir, en las mismas condiciones que un hombre, en una sociedad en la que a la mujer se le han negado sus derechos sistemáticamente y en la que se la ha relegado al cuidado de la casa y de la familia dejando para ellos, para los hombres, todo lo relativo a trabajo, intelecto y creación ¿Puede?

Woolf responde con una frase que se ha convertido en una de las citas preferidas de toda feminista: ‘Una mujer debe tener dinero y una habitación propia si va a escribir ficción’. La habitación propia, la autonomía la libertad, el no tener que estar preocupada en exclusiva de la casa, de los hijos. El respeto y el reconocimiento que da esa autonomía y la solvencia de tener la vida medianamente resuelta, el dinero.

Otras carencias que destaca Woolf son la falta de educación y oportunidad para las mujeres. La autora inventa una figura interesante: Judith Shakespeare. La ficticia hermana del conocido dramaturgo se presenta en el libro ante la incógnita si con las mismas aptitudes podría haber desarrollado la misma carrera, fama y reconocimiento que su hermano. «Tenía el mismo espíritu de aventura, la misma imaginación, las mismas ansias de ver el mundo que él. Pero no la mandaron a la escuela” explica Woolf sobre su personaje. Judith no tiene oportunidad, no tiene acceso a la educación y en caso de hacer como su hermano e irse a vivir la aventura de su creatividad en los bares del Londres de la época, todos y todas sabemos que su suerte hubiese sido otra muy distinta, que no pasa por ningún honor ni gloria, tal y como acaba sucediendo en el libro.

La tenacidad de Woolf en todo el ensayo nos perfila una verdad tan cruda como sencilla: el patriarcado se cierra en banda para evitar que la mujer destaque, crezca, sea. La autora hace un repaso por la carrera de varias escritoras relevantes, con especial interés en diferenciar si escriben como mujeres o como los hombres creen que han de escribir las mujeres; una diferencia nada sutil que invita a romper con el sistema establecido y buscar, nosotras, nuestros propias formas de hacer y nuestros propios límites (si es que los tenemos).

Si Virginia Woolf viviera hoy en día, teniendo en cuenta su gusto por la ironía, su exquisita forma de reinventar conceptos, la infinita capacidad descriptiva, el ahondar en los personajes hasta hacerlos conocidos tuyos… si viviera hoy en día lideraría sin duda la ideología del movimiento feminista y quiero pensar que se atrevería a dar un paso más allá.

La lectura de “Una habitación propia” nos muestra una realidad del 1929 que no dista en exceso de la de nuestro 2019. Sin embargo, en honor a Virginia y a tantas otras que sufrieron invisibilización, falta de reconocimiento y desprecio a lo largo de la historia, nos toca a nosotras en esta generación ir más allá y usando la frase de Sonia Guerra, política e historiadora especializada en Género “ahora toca desde nuestra habitación propia buscar la compartida”, fomentar el empoderamiento y la sororidad para hacernos una, más fuertes, más preparadas para luchar para cambiar el sistema patriarcal que nos impone límites injustos ya que, como escribía Virginia Woolf en el libro del que hablamos: «no hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente».

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