“De lo que tengo miedo es de tu miedo”

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Club Cortum

Al miedo me lo imagino como un gran muro insalvable.

Lo miro desde abajo y los ladrillos que lo conforman tienden a curvarse según se eleva hacia el cielo, como si en algún momento fueran a caer sobre mi hasta sepultarme. En lugar de amedrentarme mi intención es escalar. Subo y subo. Pero en lugar de acercarme, cada vez estoy más lejos del final. Nadie me tiende cuerda ni me presta escalera. Eso es para mí el miedo. Y no me gusta nada.

“De lo que tengo miedo es de tu miedo», dice Shakespeare y sin ánimo de contradecir al genio, me gustaría añadir: me da tanto miedo el miedo como la falta de él. El miedo fácilmente puede confundirse con prudencia y la falta de él suele conllevar una alta dosis de soberbia (que a su vez es una mezcla de estupidez e ignorancia a la que se le suma el ego del tamaño de una ballena azul). Personajes de este tipo estamos viendo continuamente a través de los medios de comunicación, actitudes que responden más a emociones primarias que a decisiones sopesadas y conformadas usando la inteligencia. Ay, la inteligencia, qué a mano y que poco uso le damos. Me incluyo, ya que cuesta muchísimo no caer en el abismo de las opiniones conformadas a través del miedo y a golpe de titular o de tweet.

No sé si nos merecemos la clase política que tenemos hoy en día, pero tampoco podría asegurar con certeza que nuestra clase política se merezca a la ciudadania que tiene.

Ante una pandemia podemos hacer muchas cosas, una bastante lógica sería basarnos en los datos para aportar ideas, conclusiones, reglas… sin embargo, muchas veces preferimos la frivolidad de aceptar titulares y mensajes con los que nos bombardean desde diferentes lados como si bandos en una guerra se tratasen. Hace unos días, ante el tweet del fallecimiento de una dirigente política se recibieron casi 600 comentarios (paré de contar ahí) que o bien cuestionaban su participación en el 8M (ese campo minado de virus al que la derecha machista y rancia culpa de todos los males, obviando sus propias concentraciones, reuniones etc..); otros aprovechaban para llamar asesino al gobierno y los más atrevidos directamente se alegraban del asunto ironizando con frases como “decidme que ha sido de Covid, porfavor”. No sé si es maldad profunda, ignorancia o una confusión brutal ante lo que es y lo que no es normal- provocada por ese miedo a vivir, a ser, y a permitir ser al otro- que se arraiga en sus entrañas y les hace perder la condición humana.

La frivolidad que provocan las redes contribuye sin duda a esos dardos lanzados con palabras para herir y matar, pero… ¿En qué momento nos hemos dejado dominar de esta forma para que todo valga?

En qué momento podemos aceptar como normal que el miedo a perder rédito haga asumibles declaraciones como las de Isabel Díaz Ayuso minimizando el impacto del Covid con la frase “muere mucha gente por atropellos y no se prohiben los coches”. La irresponsabilidad de nacionalistas catalanes, PP, VOX al cuestionar el estado de alarma por intereses propios y participar en el “todo vale” de titulares, bulos, frases sin sentido, controversias, contradicciones (como pasar de exigir el confinamiento total de Catalunya a votar contra el estado de alarma) y demás es lamentable. ¿Tanto miedo les da hacer una oposición responsable en la que apoyen las decisiones del gobierno desde la crítica constructiva y el seguimiento al cumplimiento de la labor del ejecutivo?

Por qué hemos llegado a este punto, espero que no sin retorno, en el que necesitamos nutrirnos de odios y ataques constantes para creer que estamos haciendo, opinando o construyendo algo. En qué momento la empatía, la colaboración, el ponerse a un lado sin importar el rédito pensando en el bien común, han quedado desfasados. Cuándo perdimos la vergüenza a disfrutar del mal ajeno si eso va a alimentar nuestra ansia de venganza, odiar para sentirnos más seguros, para que el pánico se escabulla entre la ira y nos podamos aferrar a algo. Tan difícil es aceptar sin miedo que como humanos, como sociedad, lo que siempre hemos tenido son más dudas que certezas pero el juego consiste en construir peldaños de propuestas, de intentos para superarlas.

Cuando al principio de este artículo hablaba del muro insalvable del miedo y la dificultad de escalarlo obviaba una opción: construyamos puertas. Crucemos el muro. Pero no, ahora nadie quiere puertas, ni una mísera ventana, preferimos derrotar al adversario y si puede ser con ladrillos de saña que hagan más alto el muro, mejor.

¿Cuándo perdimos las ganas de ser mejores como sociedad, como personas?

De verdad, ¿Cuándo nos venció el miedo?