Una tarta de manzana

Una tarta de manzana

publicado en enlaces Club Cortum

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Vivo en las afueras de un pueblo de las afueras, me dijo una vez un amigo. El área metropolitana es así, diluye las fronteras y a veces resulta que tu calle es de un municipio y la de enfrente corresponde a otro. Hemos crecido como hemos podido por aquí, primero según la inmigración se incorporaba a los pequeños pueblos en ciudades dormitorios, de forma desorganizada. Luego con el trabajo de muchos municipios para convertir esos pueblos en ciudades con calidad de vida, siempre de la mano del trabajo y esfuerzo de una clase obrera . Estoy en mi acera y miro la de enfrente, la del municipio vecino y pienso que si cruzo estaré omitiendo una norma. Es una exageración, evidentemente, pero parte de una realidad angustiosa. Estamos confinados sin salir de nuestro municipio de viernes a las 06 h (de la madrugada, sí) hasta lunes a las 06 h.

La situación es muy compleja, extrema. El miedo de la segunda ola ya es real, está aquí. Nos lo advirtieron, pero no por eso es menos demoledor. Cuando en marzo nos dijeron que debíamos quedarnos en casa, lo hicimos. Cumplimos. Enarbolamos frases inspiradoras como el “todo saldrá bien” convirtiéndola en bandera de nuestros balcones y ventanas. Hicimos himnos de canciones sobre la esperanza. Y pensamos, de corazón, que aplaudiendo a quienes nos cuidaban y haciendo lo que nos decían realmente iba a pasar: todo iba a salir bien.

Eso fue en marzo, en octubre el día de la marmota nos recuerda que lejos de salir bien, no vemos forma de pasar la página del calendario. Hablaba de mi comarca, el Baix Llobregat, obrera, innovadora, luchadora, reivindicativa. Los que vinieron y los que estaban que juntos y juntas hicimos crecer nuestro alrededor y también a los nuestros, con ese deseo de los mayores de dar lo que ellos no habían tenido a los que venían después. A estas personas, les decimos que se esfuercen, que hagan caso de las normas, para que podamos salir de esta. Unas normas que nos privan de la libertad de cruzar a la acera de enfrente, si es fin de semana. Que han vuelto a cerrar restauración, gimnasios, comercios… que han dejado en anecdótica el mantra que nos repetían diciendo que “la cultura es segura”.

Entendemos perfectamente la gravedad de la situación en que nos encontramos, pero alguien no ha hecho las deberes y no hemos sido nosotros. No han sido solo los jóvenes, o quienes no hayan mantenido la distancia con sus familiares. Nadie podría prever, o quizás sí, este virus que arrasa todo lo que conocíamos, pero si cualquier otra situación de crisis. Y se debía, era su obligación, proveer también un sistema sanitario capaz de responder y sostener cualquier situación de este tipo. No olvidemos ahora los años y años de recortes de los gobiernos de derechas. La forma en que han menospreciado constantemente lo público, el Estado del Bienestar que nos costó tantísimo construir. Sus prioridades no eran las personas, y tampoco lo son ahora. Ayuso, a la que solo podemos preguntarle por proezas ya que el día a día de la ciudadanía no es de su competencia según ella misma declara, sería el máximo exponente pero ahí tenemos a la Generalitat, preocupada más de figurar que de gestionar. Sorprendiéndonos con inversiones en proyectos espaciales, vendiéndolos como si fuesen inversión en I+D cuando copian programas de uso gratuito en Europa pero con marketing catalán. Los mismos que nos anuncian a bombo y platillo que tendrán delegaciones en lugares como Australia mientras no han invertido en rastreadores, no han realizado acciones para fortalecer la sanidad, no han generado ayudas reales para quién lo está pasando mal, no han trabajado un plan organizado sino que han improvisado en educación dejando decisiones importantes a cargo de cada centro educativo. Mientras, el Estado se ve obligado a ejercer de padre de una familia numerosa poco avenida que no quiere que le dirijan pero que tampoco sabe moverse sin tutelaje.

Mientras, los y las ciudadanos nos movemos entre la indignación, la ansiedad y la resignación. La vida son esas grandes cosas que superamos aferrándonos a los pequeños detalles. Para pensar en cualquier otra cosa, confinada perimetral y mentalmente, hice una tarta de manzana. En la receta: manzana, azúcar, mantequilla en un cazo hasta hacer compota, altas dosis de paciencia, un fuerte sentimiento de tristeza aderezado por las ganas de pensar en otra cosa, como cuando confinada cocinaba sin parar. Masa quebrada, la compota encima con toque de ralladura de limón, muchas ganas de encontrar una salida, una puerta que abra a la esperanza de salir ya de esta. Láminas de manzana y todo al horno, 180 grados en 40 min de miedo por mi y por los demás, con la convicción de que si todos y todas ponemos de nuestra parte, sobretodo los y las que tienen capacidad para tomar decisiones, irán las cosas mejor.

Ah, y por encima espolvorear canela.