La mejor defensa es no parecerse a ellos (Marco Aurelio)

Desde el intento de golpe de estado del 81, nunca el fascismo había llegado tan lejos ni se había atrevido a tanto. No es la amenaza en sí lo más grave. La navaja en un sobre de alguien descerebrado, las balas. Duelen, asustan, evidentemente. Pero más lo hace cuando los y las que deberían ser garantes de la defensa de los valores democráticos, aquellos y aquellas que tienen la visibilidad y la responsabilidad pública se atreven a blanquear, justificar o minimizar estas acciones.

Las declaraciones de Ayuso tildando de “circo” las amenazas y asegurando que “no ayudan a nadie y crean una alarma que no hay”, no son solo irresponsables, son una absoluta y descarada desfachatez. No todo vale por mucho que te juegues un asiento. No todo. La violencia no se calla, no se asume, ni se lleva en discreción. La violencia se denuncia, se acusa, se ataca y se erradica. Victimizar a la víctima por explicar es de primero de abusón, señora Ayuso. No puedo evitar comparar esta especie de recriminación moralista con los defensores de llamar a la violencia machista, violencia doméstica. Es lo que hemos aprendido ¿no? Que estás cosas mejor que se queden en casa, y no airearlas mucho.

El espectáculo lamentable de soberbia y chulería que nos brindó Rocío Monasterio en el debate de la SER espetando a Pablo Iglesias: “levántese y váyase”, no es solo un ejemplo. Es una forma de entender el poder. Sentada en mi sillón, desde la posición que me confiere creer que estoy por encima de mucha, mucha gente, encuentro el aval moral para poder creer que puedo decirle a alguien que si no le gusta o más bien le ofende lo que le estoy diciendo deje de participar en el debate. Porque yo no tengo por qué rebajarme a buscar el más mínimo atisbo de entendimiento, de acuerdo. Yo he venido a pelear y cuando gane: a machacar al perdedor.

Es algo que llevan asumido de muchos años atrás. Aquí se enseñó, a sangre, que al perdedor no sólo había que ganarle sino destruirle. Y es que eso son, no lo olvidemos, alumnos y alumnas aventajadas del fascismo.

Hay quién dirá que la mejor defensa es un ataque: pelear, luchar, responder a todas sus formas de increpar. Gritar más alto, más fuerte. Contestar a cada una de sus mentiras. Contradecir todas sus afirmaciones basadas en el odio y el miedo.

Pero así, solo conseguimos entrar en su relato. Formar parte de un juego perverso que no favorece a nadie. A los dos lados del miedo, en un bando los que lo compran y asumen y al otro los que observamos con pavor; no hay ni un atisbo de realidad.

La realidad es responder a los problemas, dignificar el oficio de lo público: proponer, actuar, trabajar, con seriedad, con firmeza. La realidad es afrontar una pandemia dotando a la sanidad de recursos, procurando que quién lo está pasando peor tenga recursos, buscar acciones reales para mitigar la crisis económica sin detrimento de la salud. La realidad es que es una barbaridad poner en la misma balanza salvar vidas a poder tomarse una cerveza. Por eso en algún momento tendremos que salir de este bucle de absurdos y dejar de pensar que el ataque al ataque genera nada bueno.

Buscar aquello que nos diferencia y explicarlo, explicarlo, explicarlo. Dejar claro por qué es la solidaridad, el trabajo, la incesante lucha por conseguir que todo el mundo tenga oportunidades, la defensa de lo social, de la educación para todos y todas, la inclusión lo que puede hacer que este y cualquier otro país avance, progrese, crezca y genere riqueza y bienestar para todos y para todas. Los y las que sabemos que estas son las bases de un estado próspero lo sabemos. Sabemos, que nuestra mejor defensa, la nuestra y la de todos, es no parecernos a ellos.