Lady Gaga entra despampanante por la alfombra roja (en esta ocasión color champán) de los Oscars 2023. Vestidazo negro, moño perfecto, mirada de acero. Va custodiada por un montón de paparazzis y, lo que supongo, son personas de seguridad y organización. Y entonces sucede. Un fotógrafo cae estrepitosamente hacia un lado sobre el rojo suelo. La multitud se gira, la corte de la faraona mueve la cara hacia el tipo y ella, vestidazo al viento, corre a ayudarle. Le tiende la mano, él reacciona y le agradece el gesto con dos palmadas en la cintura, que ella revisa casi imperceptiblemente con el rabillo del ojo. Comprueba en segundos que el señor en cuestión está bien, y continúa.
He visto, probablemente, unos veinte videos de este momento en instagram, en un día en el que no me he podido parar a mirar redes más allá del ratito justo del café. Ha salido en casi todos los medios, no sobre cine sino generalistas, que tengo a mano y probablemente en todos los demás… también. Pero el titular de semejante hazaña que nos ha vuelto tan locos cuál es… que ¿Lady Gaga es una persona normal? ¿Que el resto estaba ten preocupado de custodiarla que dejaron de ser normales? O que estamos creando de las anécdotas máximas y de las actitudes mundanas, si vienen de según quién, proezas.
Ídolos de pies de barro es una expresión que habla de la vulnerabilidad y fragilidad de algo o de alguien pese a tener una apariencia fuerte y sólida. Aparece en el Antiguo Testamento, Libro de Daniel, en el que este profeta explica como Nabucodonosor, rey de Babilonia, tuvo un sueño en el que aparecía una inmensa estatua, pero cuando una piedra rodaba y caía sobre los pies, ésta se desmoronaba puesto que la base era frágil.
¿Qué base tenemos como opinión pública cuando hacemos noticia de que una señora acuda a ayudar a un señor que se cae?. Por no hablar del contexto que no deja de ser un montón de gente que se engalana y monta un fiestón increíble para darse premios de ellos a sí mismos. No he visto que algo así suceda en otros trabajos del mundo.
Es difícil entender qué mecanismo de inseguridad interno nos hace buscar referentes -que ni lo son, ni la amplia mayoría de veces pretenden serlo-, en cualquiera que vemos con cierta fama o poder. Artistas, políticos, héroes por un día… nos sirve cualquiera para añadirle un imaginario extenso de valores sin saber a ciencia cierta los méritos intrínsecos que se les supone.
Últimamente duermo poco intentando ver las tres temporadas de la serie The Boys, extremadamente violenta a la par que extremadamente recomendable. El argumento es maravilloso: una clase nueva de superhéroes protege el mundo, creados y gestionados por una empresa que mide su impacto en redes y en los medios de comunicación, movidos por indicadores de marketing y por resultados de venta. Exentos de valores pero con un poder tan superior que pueden darse el lujo de idearse los principios que les vayan al dedo y convencer a cualquiera que son los correctos. Y, ante semejante poder, una pequeño grupo, una resistencia de gente que no quiere ser influenciada, convencida, invitada, tutelada o aconsejada.
En la misma alfombra roja donde Lady Gaga debe estar preguntándose si ahora tendrá que soportar todo un día de video viral en medio mundo, Hugh Grant arquea las cejas cuando una mujer le pregunta por la fiesta de los Oscars, él lo compara con La hoguera de las vanidades (The Bonfire of the Vanities) y ella le responde que efectivamente las fiestas de la revista Vanity Fair son lo más. Se suceden a ésta varias preguntas más equivocadas, insustanciales e, incluso, absurdamente tontas. Hugh visiblemente estupefacto no intenta disimular, tan británico como educado eso sí, su desagrado.
Lo interesante es que mientras la Gaga es una heroína, Grant pasa como pedante y provocador de una “entrevista difícil”. Bendito mundo éste en el que el conocimiento y la coherencia son menos virales que una caída tonta.