Amor y Justicia

Públicado en
Club Cortum

párrafo

Mi bisabuelo le escribía cartas a mi bisabuela. Lo hacía desde Francia donde se había exiliado tras luchar en el bando republicano, tras ser un maquis, tras acabar huyendo de lo que aún no sabía pero vendría después: una dictadura cruel y vengativa que no contenta con ganar preveía castigar al bando perdedor. Tal era la rabia. Mi bisabuelo le escribía cartas con poemas de amor a mi bisabuela y todas sus cartas las acababa con la misma frase: Te quiero y viva la república.

Aquellos que orquestaron el golpe de estado, los mismos que sumieron al país en la peor de sus épocas, los que persiguieron la libertad y robaron la dignidad de tantos y tantas. Esos fascistas. Esos, fueron los que decidieron que este país debía volver a tener un monarca a la cabeza.

En realidad, el plan de restaurar la monarquía no venía solo del lado fascista. Muchas personas consideraban que era una manera de finalizar la dictadura, una previa consensuada hacia una realidad democrática. Lo que se llamó después la transición.

En 1947 se aprobó la quinta de las ocho Leyes Fundamentales promulgadas durante el Franquismo (la última ya muerto Franco y que dio paso a la reforma política). Eran leyes que organizaban los poderes del Estado. Ésta, la quinta, fue la “Ley de Sucesión en la jefatura del Estado”. Establecía la constitución de España nuevamente en reino (tras 16 años) y al sucesor de Franco como jefe del Estado Español: Juan Carlos de Borbón, a título de rey o regente del reino.

A Juan de Barbón le sentó fatal el tema, se puso a hacer manifiestos (el de Lausana y el de Estoril, desde su durísimo exilio en el paraíso de la costa portuguesa). Todo un heredero pidiendo que no le quitasen lo suyo. Vaya, cómo se tuvo que ver… En 1948 el hijo, ajeno o no a las manifestantes quejas del padre, se reunió en El Pardo con Franco quién le informó que a partir de ese momento su educación correría a cargo de un grupo de docentes leales al Movimiento. Vaya. Tenía el muchacho 10 años.

El 22 de julio de 1969, amparándose en la Ley, el Caudillo le nombra sucesor, con título “Príncipe de España.” Dos días después de la muerte de Franco sería nombrado Rey.

¿La monarquía fue importante para la transición? Claro. Qué buscaba, sino el consenso, un país dividido, maltratado y obligado a que una mitad odiase a la otra. Necesitábamos puntos comunes y acuerdos. La monarquía parlamentaria, Adolfo Suárez, la Constitución… fueron un cúmulo de negociaciones, cesiones y puntos en común. ¿Podríamos haber encontrado fórmulas mejores? Los condicionales no existen. Así que valorar o no lo que se hizo solo sirve quizás para aprender y no volver a cometer los mismos errores.

Eso fue en 1977. En 2020, entre otras cosas, nos asombramos que un hombre que lo tenía todo, que se le ofreció todo necesitase algo más.

Pero.. ¿qué podemos esperar de alguien a quién el designio divino ha puesto por encima de las cabezas de los demás? Por encima de las vidas, decisiones, derechos, libertades y posibilidades de cualquier otro ser humano.

Porque eso es la monarquía, no nos confundamos. Podemos darle un contexto, incluso un uso, o podemos darle un motivo, pero el significado es único: aceptamos que en una persona se reúna la singularidad de tener derechos por ser hijo de alguien. El privilegio es el máximo exponente de la desigualdad. El privilegio heredado no es solo desigualdad, es la desfachatez de separar a las personas por el componente de la suerte. No es justo, no es lógico, no es asumible consentir algo similar. Si algo nos ha ofrecido el progreso es que la hija de la costurera puede ser lo que quiera ser.

Estamos en un momento complicado y convulso, y es comprensible que cualquier tema que no sea luchar contra la pandemia nos parezca, no superfluo, pero quizá no preferente. Un tema en el que tal vez no encontremos el consenso necesario dado el esfuerzo, la inversión y el cambio de estructuras que sugiere y cuya magnitud ahora mismo nos puede parecer fuera de lugar.

Sin embargo, no hay mejor momento que el ahora para luchar por la igualdad. No hay un después para defender que nadie debería ostentar privilegios, ni mucho menos heredarlos. Y no hay un luego para exigir lo justo.

No nos merecemos vivir en un país que consiente una monarquía, y está en nuestras manos cambiarlo sea un buen o un mal monarca quien en ese momento ostenta el privilegio, sea en una crisis o en el mejor de nuestros momentos.

Mi bisabuelo le escribía cartas de amor a mi bisabuela y firmaba con te quiero y viva la república y aunque nunca le conocí y no se lo puedo preguntar, me gusta pensar que lo hacía porque desde su exilio obligado y desde la soledad del perdedor que se sabe con la verdad y la razón de su lado, sus dos prioridades eran esas: el amor y la justicia.